Pese a la insistente presión del expresidente Donald Trump, la Reserva Federal de Estados Unidos se encamina esta semana a mantener sin cambios las tasas de interés, en una decisión que promete estar lejos de ser unánime. La creciente preocupación entre los gobernadores por los efectos de los aranceles y el frágil estado del mercado laboral anticipa un debate interno tan tenso como el contexto político que lo rodea.
La mayoría de los responsables de política monetaria en la Fed considera que los aranceles impuestos durante la administración Trump podrían socavar el progreso logrado para devolver la inflación al objetivo del 2%, una meta aún lejana tras los estragos inflacionarios recientes. Si bien los acuerdos comerciales alcanzados con Japón y la Unión Europea la semana pasada limitan los aranceles al 15%, estos se suman a un entorno donde las tarifas de importación se mantienen en su nivel más alto en 90 años.
El impacto ya se refleja en los bolsillos de los hogares. Bienes de consumo como muebles y ropa registraron aumentos que empujaron la inflación al consumidor a un ritmo anualizado del 3,5% en junio, generando temores en el seno de la Fed de que un nuevo repunte de precios pueda generar lo que el presidente de la Fed de Chicago, Austan Goolsbee, denomina una «espiral inflacionaria inducida por el miedo».
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División en la Fed: disensos inusuales y advertencias sobre el empleo
Sin embargo, el presidente del banco central, Jerome Powell, se muestra cauto. Ha insistido en que este escenario es solo una posibilidad entre muchas, y sostiene que, con un desempleo del 4,1% —nivel cercano al pleno empleo según varias estimaciones—, la Fed puede darse el lujo de esperar más datos antes de tomar medidas drásticas.
No todos coinciden. Al interior del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC), el órgano que define la política monetaria, se perfila una división inusual. Los gobernadores Christopher Waller y Michelle Bowman, ambos nombrados por Trump, se muestran favorables a recortar las tasas en 25 puntos básicos, una postura que, de concretarse, marcaría el primer doble disenso en la Junta de Gobernadores desde 1993.
“Existe una clara divergencia de perspectivas a corto plazo entre Waller, Bowman y el resto del FOMC”, señalaron analistas de Nomura Securities, una de las varias firmas de Wall Street que anticipan una votación dividida.
La presión política no ha menguado. La semana pasada, Trump protagonizó una visita inusualmente tensa a la sede de la Fed en Washington, en la que reiteró su demanda de recortes inmediatos, aunque descartó —por ahora— despedir a Powell antes de que termine su mandato en mayo próximo. Waller, por su parte, ya suena como posible sucesor.
Waller ha advertido que el crecimiento del empleo en el sector privado muestra señales de estancamiento. En junio, este sector apenas contribuyó con la mitad de los 147.000 empleos reportados, y algunos indicadores sugieren que la cifra oficial podría estar inflada. Para él, si no se alivian las condiciones crediticias, las empresas podrían comenzar a recortar personal.
Bowman comparte esa preocupación. Ambos restan importancia al impacto de los aranceles sobre la inflación, en contraste con la visión más prudente de otros miembros del comité. Entre ellos está Susan Collins, presidenta de la Fed de Boston, quien considera que los aumentos recientes de precios no justifican un temor excesivo.
Así, la Fed se encuentra en una encrucijada. Mientras intenta calibrar sus decisiones ante una economía aún tambaleante y un legado inflacionario reciente, la creciente politización de su mandato amenaza con empañar la independencia que históricamente ha defendido.
«No estamos fuera de peligro, pero tampoco estamos en crisis», ha dicho Powell en ocasiones recientes. El verdadero desafío para el banco central no será solo técnico, sino institucional: resistir presiones externas sin perder el control de una economía que aún camina por la cuerda floja.
Con información de Reuters
