Vacaciones escolares: entre la creatividad y los bolsillos vacíos

Caracas
Foto: Pixabay

En Venezuela, agosto no significa lo mismo para todos los niños. Mientras algunos pasan sus días en planes vacacionales privados, entre piscinas, excursiones y meriendas gourmet, otros improvisan vacaciones con paseos gratuitos, películas repetidas o una torta hecha en casa.

El receso escolar, que debería ser tiempo de esparcimiento, se ha convertido para muchas familias en un rompecabezas diario. Con ingresos que apenas alcanzan para cubrir comida, medicinas y útiles escolares, la recreación queda relegada a un segundo plano.

Entre ahorrar para la escuela y soñar con la playa

Bárbara*, trabajadora de un organismo estatal y madre de una niña de 7 años, resume el dilema: «No puedo meterla en un plan vacacional ni mandarla de viaje. Mi prioridad es reunir para la inscripción y los útiles del próximo año escolar».

Incluso salidas puntuales, como ir al cine o a la playa, resultan un lujo. Un día de arena y mar implica entre 30 y 50 dólares, tomando en cuenta pasajes, toldo y refrigerios. «La llevé a Los Próceres, hicimos una torta en casa… Me gustaría que aprendiera un idioma en vacaciones, pero ahora no se puede», expresó a Crónica Uno.

Planes vacacionales, para pocos

En Caracas, la oferta de actividades organizadas para niños de 4 a 12 años es amplia, pero sus precios —entre 100 y 200 dólares semanales— los vuelven inaccesibles para la mayoría.

Empresas como Tío Ven incluyen transporte, comidas, excursiones y recreadores por 190 dólares. Clubes privados como el Miranda o la Hermandad Gallega manejan tarifas similares, con suplementos por indumentaria. Las opciones gratuitas de alcaldías —en parques como el Este o Los Caobos— dependen de que cada familia asuma la alimentación e hidratación.

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Infancias más sedentarias

Cruz*, técnico en reparación de línea blanca y padre de dos adolescentes, reconoce que el entretenimiento en su hogar se limita a pantallas y videojuegos. “No puedo sacarlos cada fin de semana. En vacaciones la comida se acaba más rápido, pero les compro sus chucherías o frutas favoritas como forma de consentirlos”, comenta.

Para él, gastar más de mil dólares en vacaciones es impensable. “Ni siquiera con financiamiento se puede. La mayoría de lo que ganamos mi esposa y yo se va en lo básico”, lamenta, recordando con nostalgia una infancia más libre y callejera.

En un país con brechas sociales tan marcadas, las vacaciones escolares se han vuelto un espejo de las desigualdades: para unos, semanas de aventuras; para otros, la necesidad de inventar alegrías con lo que se tiene a mano.

(*) La información de esta nota incluye aportes de fuentes que solicitaron anonimato por motivos de seguridad.

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